Eduardo Campos dijo: Un viento sutil, suave y frío barre las calles y
aceras de la solitaria y adormilada ciudad de Barcelona, arrastrando a su paso
las hojas muertas del otoño. Al abrigo del
viento, en el rellano, cobijado bajo la cornisa del abandonado edificio, y
arropado por unas mantas de cartón, dormita Eduardo, un viejo vagabundo. A sus
pies, atento y vigilante, descansa el único amigo y consuelo que le queda en
este mundo, Samy, su leal e inseparable perro.
En el exiguo y acotado recinto de su pequeño territorio y universo, lleno de miseria y soledad, están desperdigados por el suelo todos los tesoros y riquezas que posee: un envase de vino tinto peleón, dos o tres frutas ya dañadas, unas migajas de pan, unos restos de colillas y un platillo de latón donde descansan unas monedas de escaso valor, arrojadas al paso, sin mirar, por algún viandante compasivo. En medio de la helada y fantasmal noche casi invernal, en la intimidad de su casa de cartón, lamenta su fracaso y lame lentamente sus heridas, mientras en lo más profundo de su ser, cree escuchar el trino melancólico de un ruiseñor en los viejos granados del camino de la Yedra y, las risas desatadas e infantiles de un montón de niños, mientras juegan en los bancos azulejados del Jardín de Santa Ana. El amanecer llega pronto y al abrir la ventana de su casa de cartón, una ráfaga de viento, puñal de escarcha, araña cual felino su apergaminada y sucia cara. ¡Qué lejanos y olvidados quedan ya todos aquellos felices y añorados días de la niñez, cuando su padre, le entregaba una moneda de plata de cien pesetas para divertirse en la tan deseada Feria de Agosto! Cada día, con paso aligerado se dirigía a la Alameda, y con ansias extremas, buscaba ese kiosco tan clásico, pintado de verde y blanco donde saboreaba con aquellas ansias aquel cartucho de papel, rebosando de esas ricas patatas fritas que nunca las hubo mejores en Constantina. Ahora, bajo aquellos lúgubres y húmedos cartones, recordaba la casa solariega de sus agradecidos y queridos padres, siempre llenos de risas y alegrías, colmados de abundancia y preñados de ilusiones, sueños y esperanzas. |
miércoles, 25 de abril de 2018
Primera Comunión de Eduardo - 1961
Publicado por
Constantina Añeja
a las
12:40
Etiquetas: Comuniones
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Primera Comunión de Eduardo - 1961
miércoles, 25 de abril de 2018
Eduardo Campos dijo: Un viento sutil, suave y frío barre las calles y
aceras de la solitaria y adormilada ciudad de Barcelona, arrastrando a su paso
las hojas muertas del otoño. Al abrigo del
viento, en el rellano, cobijado bajo la cornisa del abandonado edificio, y
arropado por unas mantas de cartón, dormita Eduardo, un viejo vagabundo. A sus
pies, atento y vigilante, descansa el único amigo y consuelo que le queda en
este mundo, Samy, su leal e inseparable perro.
En el exiguo y acotado recinto de su pequeño territorio y universo, lleno de miseria y soledad, están desperdigados por el suelo todos los tesoros y riquezas que posee: un envase de vino tinto peleón, dos o tres frutas ya dañadas, unas migajas de pan, unos restos de colillas y un platillo de latón donde descansan unas monedas de escaso valor, arrojadas al paso, sin mirar, por algún viandante compasivo. En medio de la helada y fantasmal noche casi invernal, en la intimidad de su casa de cartón, lamenta su fracaso y lame lentamente sus heridas, mientras en lo más profundo de su ser, cree escuchar el trino melancólico de un ruiseñor en los viejos granados del camino de la Yedra y, las risas desatadas e infantiles de un montón de niños, mientras juegan en los bancos azulejados del Jardín de Santa Ana. El amanecer llega pronto y al abrir la ventana de su casa de cartón, una ráfaga de viento, puñal de escarcha, araña cual felino su apergaminada y sucia cara. ¡Qué lejanos y olvidados quedan ya todos aquellos felices y añorados días de la niñez, cuando su padre, le entregaba una moneda de plata de cien pesetas para divertirse en la tan deseada Feria de Agosto! Cada día, con paso aligerado se dirigía a la Alameda, y con ansias extremas, buscaba ese kiosco tan clásico, pintado de verde y blanco donde saboreaba con aquellas ansias aquel cartucho de papel, rebosando de esas ricas patatas fritas que nunca las hubo mejores en Constantina. Ahora, bajo aquellos lúgubres y húmedos cartones, recordaba la casa solariega de sus agradecidos y queridos padres, siempre llenos de risas y alegrías, colmados de abundancia y preñados de ilusiones, sueños y esperanzas. |
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